La implantación del ferrocarril en la
región valenciana se debe a la iniciativa de José Campo y Pérez, financiero y
político que, el 31 de enero de 1851, constituyó una junta para formar la
Sociedad del Ferrocarril del Grao de Valencia a Játiva, en la que figuraba como
presidente el duque de Riansares y, como vicepresidente, Luis Mayans.
Campo fue el gerente de la nueva sociedad
que contaba, además, con once vocales, entre los que figuraban el político
Manuel Beltrán de Lis, el marqués de Cáceres, Joaquín María Borrá, etc. Las
obras comenzaron el 25 de febrero de ese año y, el 21 de marzo de 1852, se
inauguró el tramo Grao de Valencia-Valencia. Al día siguiente, comenzó el
funcionamiento normal, con cinco trenes diarios de ida y vuelta, a tres reales
el billete de primera clase, dos el de segunda y uno el de tercera. Los
primeros maquinistas, no obstante, eran ingleses, al igual que el ingeniero que
proyectó el tendido. En 1854, la línea llegó a Játiva y, en 1859, a Almansa,
enlazando allí con las líneas Madrid-Almansa y Alicante-Almansa. Después, se
inició un nuevo tendido para unir Valencia con el ferrocarril
Barcelona-Tarragona. A fines del XIX, la Sociedad Valenciana de Tranvías unió
la capital con poblaciones como Paterna, Cabañal, Alboraya o Fagelbuñols. Y al
iniciarse el siglo XX, los ramales secundarios estaban prácticamente terminados
y la red de ancho normal había alcanzado casi su longitud actual. Sin embargo,
el ferrocarril, más que un estímulo para la economía, fue un negocio a corto
plazo con las concesiones para su construcción. Y el tendido, aunque organizó
el comercio interior y permitió salir de la semiautarquía, no inició el
desarrollo industrial, ni el científico-técnico (técnicas y personal
especializado fueron importados). Además, la falta de planificación de los
constructores, lo convirtió en un negocio ruinoso necesitado continuamente de
ayuda estatal.
Hoy día, el ferrocarril ha adoptado una
imagen moderna que, en algunas ocasiones, incluso, obliga a añorar a las antiguas
locomotoras de vapor, a las viejas imágenes, contempladas en películas de la
época, en las que cualquier trayecto se convertía en una pequeña aventura,
capaz de disfrutar de un momento prefijado para la salida, pero de una acusada
indeterminación para la llegada al destino. Por fortuna, aunque no es más que
una consecuencia del actual estilo de vida, el viaje en tren goza, en estos
momentos, de altos niveles de puntualidad y de calidad y se ha convertido en
algo con ciertos visos de naturalidad. Así lo certifican los más de veinte
millones de viajeros que, por ejemplo, tuvieron los trenes de recorrido
regional durante el pasado año.
Y, por contra, difícil es sustraerse a la
emoción del viaje. Al animoso sentimiento de aquél que se sabe dispuesto a emprender
el conocimiento de nuevos lugares y nuevas gentes. Y, aunque cualquier sala de
espera puede ser similar, sólo el viajero de tren disfruta de diversas
cualidades propias de las estaciones, allí dónde los destinos son tan variados
como la tipología de los ferrocarriles y dónde hay que aprehender a mezclar el
propio ánimo con el de muchas otras gentes.

La estación del Norte de Valencia ha sabido
conservar un innegable sabor de principios de siglo. Allí, el moderno, vidriado
e informatizado taquillaje se arrincona en un lateral, cediendo el protagonismo
del vestíbulo a las viejas taquillas levantadas en noble madera. El brillante y
pulido ocre enmarca las cristaleras a través de las cuales se sirven los
billetes que dan acceso a los traslados regionales y de cercanías. La mirada
resbala hacia el suelo, donde se reflejan paisajes y paisanajes y, luego,
indefectiblemente, repasa el cuidado adorno de paredes y columnas hasta llegar
al techo. Antes de llegar a las antiguas vigas de madera, habrá tiempo para
observar con detenimiento las farolas que rodean las columnas y, sobre todo, el
enorme reloj fabricado en Vitoria. Las horas transcurren en él al mismo ritmo
que en la muñeca del viajero, pues su gigantismo no las acelera ni las
ralentiza, a pesar de que puedan ser muchos los minutos perdidos en la
contemplación del muy detectable movimiento de las agujas.
En la actualidad la ciudad dispone de dos estaciones de tren, la estación del Norte y la de Joaquín Sorolla, especial para el tren AVE.
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